Un constante billete de ida y vuelta

Mi vida la paso entre dos puntos y a veces al despertar no sé muy bien donde me encuentro, si en mi añorada localidad natal o en la queridísima ciudad de adopción

El sábado amaneció con un día expendido, pues la noche del viernes fue casi calurosa, y al llegar al comedor pude oír como se colaba entre las rendijas de la persiana el sonido de los pájaros. Con cierto desasosiego levanté rápidamente la persiana para sentir la primera corriente de aire fresco de la mañana, a continuación respiré profundamente y resoplé con rapidez intentando despertar en un sólo movimiento.
Como cualquier otra mañana de sábado me desperté con hambre, por lo que me dispuse a preparar un buen desayuno; tengo que confesar que siempre he envidiado los desayunos cinematográficos, donde se puede oír el enigmático click de la tostadora al terminar de calentar el pan, el olor a un buen café recién hecho, y los vivos colores de la fruta fresca reflejados por el sol; pero lo que verdaderamente siempre deseo es sentir en mis dedos la tinta fresca de un buen periódico. Pero hace mucho tiempo este entrañable ritual sufrió un cambio radical, sustituyendo las páginas de papel y su sosegado avance por la pantalla luminosa del iMac. Con el paso de los años el ratón y su incansable juego "corre que te pillo" con el cable, a terminado por apoderarse de mi mano, dibujando sobre la mesa esferas, círculos y otras formas geométricas indescriptibles debido al frenético ritmo con el que transcurre por la superficie de madera.


Misteriosamente mis ojos contagiados por el eléctrico desplazamiento del puntero sobre la pantalla ven pasar incansablemente páginas llegando a confundir noticias, titulares, secciones, siendo incapaz de retener tal cantidad de información en tan poco intervalo, como último esfuerzo por no ser derrotado por tan insignificante artilugio de color blanco, presiono la palanca del respaldo para aproximarse a la pantalla a la vez que abro los ojos como platos. En uno de esos movimientos incontrolados se produce una pausa, los colores desaparecen sustituidos por el blanco brillante y un circulo serpenteante que gira sobre si mismo indicándome que me otorga unos segundos de respiro; aprovecho para quitarme la gafas y darle el último sorbo a la taza de café; al mismo tiempo contemplo como la mañana ha avanzado y la claridad del comienzo se ha convertido en un tono gris, al volver a colocarme las gafas observo una aburrida página, –joder, si es el blog– exclamo al mismo tiempo que grito internamente ¡¡¡ Despierta, hay que cambiar de look !!!
Lo peor que me sucede con los cambios improvisados es que busco demasiada información y la cantidad se convierte en confusión, y ese desconcierto me bloquea, por eso aprovechando que la tarde se había vuelto gris por las nubes y la temperatura había descendido, nos marchamos al centro para despertar.


Museo del Prado. La Noche de los Museos.

Para despertar nuestros sentidos aceptamos la invitación cultural de "La Noche de los Museos", Luisa había visto en la web (yo necesitaba descanso cibernetico) que en el Thyssen terminaba la exposición de Marc Chagall, y quisimos aprovechar la ocasión, la entrada al museo estaba despejada y pensamos que éramos una excepción, pero al entrar nos esperaba un lento peregrinaje por las salas dedicadas al pintor. El paso era semejante a la procesión de crucíferos, pero constante, el cual no te dejaba parar y menos observar con detenimiento ninguna de las obras (ni siquiera los aguafuertes). Al salir, mientras volvíamos paseando a casa, comentamos lo observado, los colores, las formas, el bullicio, etc.; entonces Luisa me pregunta sino no le doy importancia a la simbología, a lo cual después de una pausa respondo:
¡Nena, para eso necesito más espacio que el de hoy; y despertar!!!

La casa Azul de Marc Chagall.

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