Un constante billete de ida y vuelta

Mi vida la paso entre dos puntos y a veces al despertar no sé muy bien donde me encuentro, si en mi añorada localidad natal o en la queridísima ciudad de adopción


Madrid ha vivido una noche muy larga, como en toda España.

De la tranquilidad del principio, con el paso del tiempo se convirtió en nerviosismo, desde la ventana se oían gritos de desesperación, de tensión y con un matiz de esperanza, hasta que un mozo de Fuentealbilla dejo botar un balón para empalmarlo cruzado a la salida del portero holandés, entonces, en ese momento salto un país, gritó, se beso, se abrazó y al unísono mandamos sms.
Desde ese momento Madrid no ha bajado del cielo (tenemos conexión directa, según el eslogan), las miradas cómplices, la sonrisa tonta, los ojos vidriosos, las llevamos todos en nuestro rostro.
El día siguiente todos éramos coautores del campeonato conseguido, creo que esa copa nos pertenece a todos, y eso se noto en Madrid, esta ciudad se volcó con el equipo durante toda la tarde-noche (al volver a casa tuve cruzar entre la gente por plaza de España y el equipo no había salido de Moncloa).
Por la noche, la Puerta de Toledo era espectacular, la gente cantando durante una hora hasta que llego el equipo a este sitio y subió la cuesta de San Francisco, y el entusiasmo se notaba en los jugadores apelotonado en la parte delantera del autobús, saltando, bailando...


He tenido que pellizcarme en la explanada de la Puerta del Rey, porque aún no me lo creo, tengo que confesar que hace ya unos cuantos mundiales, al terminar la final y el campeón recoger la copa, miré a mi padre y le dije "seguramente esto no lo veamos ninguno de los dos", me equivoqué y que alegría da equivocarse.

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