Un constante billete de ida y vuelta

Mi vida la paso entre dos puntos y a veces al despertar no sé muy bien donde me encuentro, si en mi añorada localidad natal o en la queridísima ciudad de adopción

Hace una semanas que Julián y yo estuvimos autoconvenciéndonos de si merecía la pena un año más renovar nuestro abono del Estudiantes (serían 11). Siendo sinceros ninguno de los dos pusimos mucho de nuestra parte para hacerlo; de hecho, esta ruptura se veía venir desde hace algunas temporadas, pero siempre había ganado la opción de tener un día cada quincena para juntarnos, charlar un poco con un amigo durante el partido, pegar dos gritos dependiendo de la tensión acumulada por cada uno durante la semana o de reírnos recordando peripecias surgidas entre el período que no nos veíamos.
Durante este tiempo me he dejado querer por un equipo, que no era el mío en origen, y cuyos colores no me tocaban mi fibra sensible, pero que han conseguido borrar el verdinegro de mi corazón para que circule sangre azul por mi cuerpo.
Me deje convencer, ayudado por mi pasión por la canasta, y un día con la ilusión de niños entramos en el Magariños. En el pabellón habían habilitado o mejor dicho improvisado unas mesas para abonarse y detrás de estas se veía la mítica cancha de baloncesto, y un grupo de adolescentes entrenando, observé que no dejaban de mirar fijamente a un punto de la cancha y que me hizo llevar la mirada acompañado de un pequeño codazo de Julián, allí se encontraban los hermanos Reyes, un joven Carlos Jiménez, Azofra, Chandler Thompson, son algunos de los que recuerdo), jugadores que solo conocía a través de las revistas y los periódicos.
Durante todo este tiempo hemos visto entre semana partidos pésimos de competiciones europeas y espectaculares partidos contra el Barça en la final de la ACB, en ocasiones hemos jurado como Escarlata O'Hara "que nunca...", y en otras hemos mirado las camisetas en la tienda oficial; en otras ocasiones nos hemos abrazado, como en otras no hemos abierto la boca para nada e incluso hemos peregrinado a otras canchas de la comunidad para ver algún arranque de la temporada.
Pero todo se acaba y lo de este año es escandaloso, después de 10 años de confianza, me pasan el cargo del abono sin previo aviso, sin un folleto informativo del cambio de precios, del cambio de cancha, del cambio de ubicación y como en toda relación algunos cambios producen hartazgo y ruptura. Ayer llevado por la ira y como un amante celoso, decidí ponerles los cuernos a ambos, cambié a mi Julián por mi padre y al BA-LON-CESTO (gracias Pepu !!!) por mis colores inculcados desde pequeño, por el rojiblanco de siempre.

Calentamiento previo.

Mi padre se dejo llevar por la ilusión del momento, por el reencuentro con el estadio y sus colores (hacía años que no habíamos ido juntos al Calderón), aplaudimos, gritamos, animamos (más el) y por supuesto criticamos (más yo). Al terminar el partido de vuelta a casa y a pesar del resultado, mi padre se encontraba feliz, el cambio de rutina sienta bien.

Una sonrisa después del gol del empate.

De vuelta en casa, sentado en el sillón, con el mando de la TDT en la mano y arrepentido como cualquier novio escogí la repetición del partido gravado, esos colores los reconocía (incluso a los que han cambiado), el corazón se aceleró como el ritmo del partido y la entrega de los jugadores era mayor que el visto hace un momento a lado de casa. Espero que alguna vez me perdone y me deje volver a su lado, al lado del ESTUDIANTES !!!

0 comentarios:

Publicar un comentario